martes, 2 de noviembre de 2010

Hoy Quiero que me Hagan Reir Capitulo Dos


 No sacar de la luz humo, sino del humo luz
Horacio




Otro toque… otra vez al fondo… que se golpeen y pateen solitos, a mi me dejan quieto, solo busco reflexionar, refugiándome en su música, escuchando… entendiendo… pensando… cantando…

-- ¡Uy! Te las sabes todas…

Esa voz me sacó de la cabeza a los ojos, ojos castaños, ojos que expresan travesura pa algunos y sabiduría pa otros

-- Es que me siento identificado con eso

-- Uy… eso es malo

¿Malo? Esa mujer como podría distinguir si algo era bueno o malo, son palabras para designar acciones a favor o en contra de otros, no para sentimientos, no le alegué nada, era y será hermosa, no quería echarlo a perder o hacerla enojar.

-- Tal vez sea malo, paro ya no me importa, no se… me la paso muy aburrido

-- ¡Pues desaburrete!

-- ¿Y como?

-- Eso solo tú lo sabes, solo tú puedes encontrar lo que te haga falta, mi querido…

No sabría que decir ante eso, si solo yo puedo lograr tal cosa importantísima para mi subsistencia, en este mundo que “…fue y será, una porquería, ya lo sé… en el 506 y en el dos mil también…”, si solo yo puedo encontrarlo… ¡estoy perdido!

-- ¿Salgamos de aquí si?, es que tengo que gritarte mucho

-- Bueno

Ya estando afuera, caminamos en silencio, un silencio largo, solo miraba sus ojos castaños, su dueña, la que se paró al lado mió, y despues de dos horas de música, me habló sorprendida de mi gran memoria para estas letras de “…decrepitud y hombres que quieren morir…”, la verdad no me han gustado estos silencios, solo me mortifico más, pensando ¡que putas le digo!

-- ¿Estas aburrida?

-- No… ¿tu si?

-- No, es que es raro…

-- No estoy aburrida, solo estoy muy tranquila

--… Y… volviendo a lo anterior, lo que me hace falta… ¿no me das una pista?

-- De pronto sea lo que le hace falta al filosofo, lo que tienen los niños por ejemplo, aprender a valorar tu vida, admirar las cosas que tienes alrededor, sorprenderte un poco de lo que veas y sientas…

Caminando con ella, me sentía libre, libre para preguntar, libre para expresarme sin miedo, libre para decir cosas que no fueran tomados como fuera de contexto o burla.

-- Tienes razón, aunque creo que eso seria un complemento a lo que le hace falta al artista, su inspiración, yo creo que esas cosas me han faltado, pero tu has hecho que caiga en cuenta de eso, solo falta buscarlos y ojala las encuentre…

- Ojala…

Que gran ayuda, ¡una conclusión, por fin!, dando vueltas como león enjaulado como dice mi madre y muchas otras madres… aquí pasaba algo nuevo… nunca había dicho tales cosas, ¿de donde las sacaba? no tengo ni idea, pero me empezaba a sentir mejor hablándole, ella provocaba algo, algo como paz, tranquilidad, como lo que me provoca la luz de la luna.

-- ¿Alo?

-- Loco ¿dónde anda?

…¡Huemadre! Camilo… ya decía que se me olvidaba algo…

-- Parce que pena, yo me voy a la casa solo, todo bien

-- ¿Qué paso luego?

-- Nada, fresco, despues le cuento

-- Bueno… vemos

-- Vemola

Sin darme cuenta, iba lejísimos del toque, no se cuanto tiempo había pasado, no se pa donde íbamos, pero sabia como devolverme pa la casa, y si me perdía que mas da, ya estoy muy perdido en esta vida, pasábamos por unos bares “…una aventura, es mas bonita, si no contamos, las horas en el reloj…” 
 
-- ¿Te gusta la salsa? – Dijo ella

-- Este… no me he puesto mucho a escucharla, y soy muy amotro pa bailar, a menos que me enseñes

-- Pues… ya lo intenté una vez y… bueno, está bien, consíguete una grabadora, yo traigo la música

-- Listo, ¿dónde?

-- Ah no se, tu quieres aprender, mira donde, ¿en tu casa?

-- No, no hay suficiente espacio

-- ¿Es que nesecitamos mucho espacio?

-- Ah pues, no se…

-- ¿No sabes bailar nada?

-- No

-- Y eso ¿Por qué quieres aprender?

-- Pues, ya que tengo profesora, pues, ¿Por qué no?

-- Bueno, pero no me gusta que me llames profe

-- Bueno…

-- Me gustaría conocer Cali

-- Adivina de donde soy

--¿Dónde?

-- Del Valle, de un pueblito que se llama La Cumbre, igual tengo familia en Cali, ahorremos y vamos. Quiero sacar mis raíces vallunas, extraño volver allá, raras veces puedo ir, lo raro es que voy y no se olvidan de mi, eso se siente bien, aunque yo si me olvido de quienes son mis tíos y primos, me da hasta pena, que paila.

-- Si, sería bacano ir…

Haraldr Hárfagri Capitulo Uno


Pero digo: ¿no han oído? Antes bien,
Por toda la tierra ha salido la voz de ellos,
Y hasta los fines de la tierra sus palabras.
Romanos, 10: 18



Llovía esa tarde, en los plantíos de Vestfold, era un momento en el que se aprovechan las cosechas y crecían de una manera natural, era una época de crisis, donde las familias de los campos eran pobres, y solo clamaban piedad a gritos, mas no serian escuchados…aun no.

Donde los altas tributaciones subían, ya hacia falta algo de ganancia, que las cogidas produjeran de una manera estable y que mejor suceso que la lluvia sobre la siembra.

También llegaba a ser un momento de paz, en donde la familia se reunía al calor de un fuego, podrían descansar de aquello que les atormentaba y ser felices aunque sea por unas cuantas horas, pero más ese no era tal día…

Entre el barro se escuchaban chapotear los cascos de los caballos, halando una carreta que trasportaba en su interior la orden del aquel que iniciaría todo.

El recaudador de impuestos se bajo de su elegante carroza seguido de dos soldados de mal carácter a su entera disposición, el hombre tenia una buena vida, nunca le hizo falta ni un pequeño huevo para su comida, sin embargo al bajar, se lamento y solo maldijo la caída del agua que serviría de recursos para que alguien desayunara esta mañana. Siguió su paso firme y se creía superior a los demás, solo por esos dos soldados que aunque le harían caso en todo, si fuera por ellos le golpearían en la nuca, ya tenía su fama de ególatra.

Al llegar al portón golpeo fuerte en la madera, adentro el padre dijo a su familia con preocupación - ¿Quién será?, no creo que algún vecino venga en plena lluvia… - aunque en su mente temía lo peor, claro que nadie vendría desde tan lejos a pie en pleno aguacero por un favor, si alguien aparecería tendría que ser usando un medio de trasporte que nadie mas poseía - solo lo usaban… – un segundo golpeteo en la puerta lo alejo de su pensamiento inquietante.

- Esperen aquí – les dijo a sus dos pequeños hijos, la menor, con una grave enfermedad, producto de una causa desconocida. En seguida se levanto y con mano temblorosa giro la perilla - ¿Por qué ahora? – pensaba. Al  abrir la puerta miro al recaudador como si todas sus pesadillas se hubieran convertido en realidad.

- Es usted Halfdan, apodado Svarte – (el negro) nombre ganado en su juventud por tener una vida al margen de la ley, pero ahora con su familia al lado le molestaba ese calificativo – Si lo soy – aunque furioso, lo menos que quería provocar en esos momentos era una trifulca, no podría contra esos dos soldados, aunque su hijo Haraldr, apenas de doce años, habría logrado la victoria el solo contra el cobrador.

- Mis notas me informan que el señor Halfdan y la señora Ragnhild Sigurdsdatter deben al reino de Erik de Hordaland  más de 100 krones – pido un poco mas de plazo señor – con voz suave y baja – últimamente pasamos una crisis y las cosechas no tardaran en dar sus frutos para venderlos – engrandecido se incorporo frente al pobre hombre - ¿cree que me importa como andan sus siembras? , imposible, no daré más plazo.

Pensó por un momento y recordó que había traído guardia real – a menos que… haya otro modo de pagar tributo – al instante los dos soldados de atrás entraron con brusquedad a la casa – digamos… ¿en especie? – Halfdan se opuso con un guerrero pero este lo tomo por sorpresa con una potente llave, mientras el otro se acercaba a la niña enferma – ¡no, ella no! – Se atravesó la madre estirando los brazos – tienes razón – con repugnancia el soldado miro a la pequeña – esta enferma – exclamo, pasándose la lengua entre los labios - ¡me conformare contigo! – Agarro a Ragnhild con fuerza y la tiro a un lecho que serviría de colchón para Haraldr – ¡no por favor! – gritaba desesperada y el joven solo podía mirar, estaba perplejo de un susto terrible, solo pudo abrazar y taparle los ojos a su hermanita que tocia con impulso y que dificultaba su respiración. El padre luchaba contra el primer soldado que lo llevo hacia fuera, lo golpeaba en la cara y embarraba su cuerpo en el fango.

Reía el morboso cobrador que miraba al segundo soldado abusar de aquella a la que llamo señora hace 2 minutos – te espero afuera – al salir vio al derrotado Svarte, quien había matado a varios en pequeñas trifulcas – amárralo y llévalo – en seguida salio el segundo con una sonrisa  acomodándose el cinturón y el tabardo. Después partieron devuelta al infierno de donde salieron.

Miserables… - susurro con tal impotencia, mientras abrazaba a su hermanita con los ojos cerrados, al parar su fuerte tos, Haraldr la soltó - ¿Por qué nos hicieron esto? – la mirada de la niña posó sobre su hermano y… si eso existe, su alma se le partió como un cristal al suelo.

Su madre seguía yacida sobre la cama de Haraldr, esa noche la taparon con una sabana y los huérfanos durmieron en compañía uno del otro. Esa noche no hubo comida, no hubo cuentos de la madre, ni abrazos del padre. Pero que personas tan crueles, pensar como les habían quitado tanto en tan solo media hora por mucho.

Despertó con la respiración cortada y agitada, aquellas imágenes en su cabeza no habrían sido un sueño, habían pasado el día anterior. Con fuerza apretó sus puños y sintió una ira tan grande que dio un golpe a la pared y para su sorpresa notó que no le dolió, solo la madera resistente sufrió el daño.

Se levanto a la madrugada sin despertar a la pequeña. En seguida fue corriendo unos dos kilómetros, contó con dolor lo sucedido a sus vecinos que con tristeza aceptaron el hecho y brindaron al joven toda la ayuda posible.

Al ser tan pequeño no podía hacerse cargo de las tierras que ahora por herencia poseía, los vecinos se encargarían de ir y venir a trabajar, solo podrían ofrecerles comida y bebida, claro, y gran parte de las ganancias que producían.

Haraldr trabajo con ahínco y esfuerzo hasta los quince años, durante ese tiempo su hermanita empeoro – prométeme algo… - su tez se notaba pálida  – encontrarás al desgraciado que nos acabo y nos hundió en la desesperación – aunque era muy pequeña, sus palabras eran fuertes – lo harás… - se despidió  dando una sonrisa y esa noche murió de tisis, la enfermedad que padecía desde los cinco años, no se podía entender como alguien tan tierno y pequeño moría por algo tan terrible.

Al día siguiente bajo al pueblo – maldito… - miro con rabia hacia el castillo, dulce morada de destructor de hogares – quienes se conviertan en héroes de guerra, podrán ganarse la confianza del rey – gritaba un pregonero mientras recibía reclutas para un enorme ejercito que iba de conquista - ¿Qué edad tienes? – Sentía nervios al responder – quin… quince señor… - ya estás atrasado, de inmediato, ¡preséntate en las barracas!

Bibliotecas Mayores de Bogota: Julio Mario Santodomingo